7/20/2006

DE HIROSHIMA A BUENOS AIRES, MADAMA BUTTERFLY.
Cuando pensé en escribir sobre ella, me di cuenta de que no sabía su nombre. Vivimos en el mismo barrio, somos vecinas y unas cuantas veces nos cruzamos por la calle. Hace años yo acostumbraba a ir a la tintorería que ella y su marido tenían. Sí recuerdo el apellido de él, pero no es lo mismo que el nombre que ella recibió el día de su nacimiento. Podría haber ido a su casa y preguntarle. Pero, a veces, una no obedece al sentido común. Entonces la pensé con un nombre de fantasía, Madama Butterfly, Señora Mariposa. Al pronunciarlo me di cuenta de que no era por azar sino que ese nombre sugería lo que su presencia me representaba. No pensé cuánta relación podría tener con aquella de la ópera, tal vez sólo que las dos son japonesas y que comparten un vínculo intrínseco y profundo con la tragedia humana. Pero, a diferencia de la heroína de Puccini, esta Madama Butterfly voló y se le escabulló a la muerte. Decir butterfly, mariposa, es hablar de su figura delgada y pequeña, casi etérea, su mirada tranquila y nunca desafiante, el caminar pausado y los modales delicados. Mariposa de más de un día, y de más de una vida. Tal vez así lo vivió, con preguntas jamás respondidas, aquella mañana de agosto, de un verano japonés. Poco sé de los detalles, sólo que estaba en la parada de un autobús, habría salido temprano de su casa luego de despedirse de su madre y, tal vez, de sus hermanos. Iría a trabajar, o a pasear,…o a vivir. Allí, mientras esperaba, quién sabe qué pensamientos habrán surcado su mente en el instante previo. ¿Habrá inclinado su cabeza? ¿O tapado sus oídos? ¿O habrá hablado con Dios? En un abrir y cerrar de ojos –por no decir en un arrojar y explotar de bomba- su mundo ya nunca fue el mismo. Caminó entre gritos, sangre y muertos…Poco quedaba, sólo ella y su vida y las quemaduras. ¿Y las caricias de mamá? También estaban, y son las que durante meses le curaron las heridas de su cuerpo y, sólo un poco, las del alma. Eran tantas las personas que ya no vería, ni abrazaría, ni besaría. Después de unos años la mariposa voló, y ya nunca los agostos fueron en verano sino en húmedos y nublados inviernos de Buenos Aires. Un día, una persiana de metal comenzó a levantarse cada mañana y en la vidriera de la tintorería podía leerse “Nueva Hiroshima”, nombre que también significaba nueva vida, nueva familia, nuevo mundo. Pero, ¿dónde se guardan los recuerdos tan terribles? ¿Se olvidan los sueños quemados? ¿Cómo se soporta un dolor tan grande? Algunas veces quise conversar con ella. Pero siempre, luego de saludarla, miro sus ojos y sólo veo paz. Entonces sigo caminando. Evito hablar con ella, tal vez por la misma razón que invariablemente evito hablar de ciertas cosas. Quizás, porque tengo miedo de ponerme a llorar.

ELIZABETH PSTYGA, 2006

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